viernes, 28 de agosto de 2009

Noruega: Salmón, bacalao, renos, y unas pedazo tías que te cagas.

Me fui con pena de las Islas Lofoten. Le cogí mucho cariño a esas islas en los tres días que estuve. Pero había que irse, y a partir de ese momento ya era una etapa diaria, todos los días viajando, quedandome un solo día en cada lugar.

Ahora el objetivo era subir cada vez más al norte (aún) hasta llegar a Cabo Norte. Pero eso queda aún muy lejos de las Lofoten, como a unos 800 kilómetros, así que era mejor hacerlo por etapas. Además así podíamos ver más cosas por el camino. De modo que cogimos el coche y nos recorrimos cuatrocientos kilómetros hasta llegar a Tromsö. Cuatrocientos kilómetros de los del norte de Noruega, o sea, unas siete horas de coche. Menos mal que llevaba buena música, que el paisaje era maravilloso, que las paradas valían mucho la pena y que tampoco teníamos ninguna prisa. En realidad no había nada en Tromsö que nos atrajese. Simplemente quedaba de camino y me pareció un buen lugar para hacer noche. Es la ciudad más importante del norte de Noruega y supuse que sería un buen sitio para hacer escala.

En Noruega son muy escrupulosos con las leyes. Si hay una señal de prohibido ir a más de 80, la gente va a menos de 80. Ni Dios conduce habiendo tomado una copa, y eso que es un país de borrachos que te cagas, pero no mezclan bebida y volante. Y hay dos cosas más que llaman mucho la atención aquí: una son los precios. Seguramente Noruega sea el pais más caro del continente. No olvidemos que ellos no están en la Comunidad Europea, creo que es el único pais de Europa Occidental que está fuera de ella. Y, la verdad, viendo su nivel de vida, no me extraña que no estén, porque saldrían perdiendo. La otra cosa que llama la atención son las tías. El nivel medio del mujerío por allí arriba es espectacular. Y eso que la mayoría no se maquea como aquí. Suelen ir de trapillo, sin maquillaje, sin arreglarse nada. Pero es que no les hace falta, son preciosas (hablo de la media, claro, también hay alguna fea, pero el nivel medio es tremendo) y además suelen tener una buena talla, que eso también cuenta. Y esto de las tías buenas vale para toda Escandinavia, pero especialmente en Noruega aún más que en Suecia y Finlandia.

Me he acordado ahora de esto porque precisamente en Tromsö no se me olvida la recepcionista del Hotel. Era la hembra más deseable que he visto en los últimos veinte años. Lo siento, pero de ella no hay foto, aunque la merecía.

Mis recuerdos de Tromsö son:

- Un edificio de los más curiosos que he visto, el Polaria, que es una especie de zoo polar, pero con un edificio curiosísimo que parece unos bloques que se derriban, luego veis la foto.

- La fábrica de cervezas "Mack", la más famosa de Noruega, que impregna toda la ciudad con un cierto olor a cerveza (¿No es maravilloso? ver mujeres hermosas en un ambiente de olor a cerveza....)

- Un bar en el que estuve tomando una copa mientras unos cincuenta tíos veían un partido del Tromso en pantalla gigante y celebraban la victoria. Ganaron 0-2 a un equipo serbio y se clasificaron para la siguiente ronda (en la que les eliminó el Ath. Bilbao).

Al día siguiente, de nuevo carretera. Esta vez hasta otra ciudad más o menos importante del norte de Noruega: Alta. Ahí si que no había nada destacable (en cuanto a la ciudad en sí, me refiero). Lo que sí hacía ya es bastante frío. Desde aquí hasta el final del viaje siempre hizo el suficiente frío como para no poder ir en manga corta nunca. De Alta me quedo con la cena. Me comí un bacalao que ya se encuentra en mi top 5 de comidas de mi vida. Una cosa excepcional. Y no se puede explicar, hay que probarlo.

Y llegó el gran día. Desde Alta íbamos ya directamente a Cabo Norte, el lugar más septentrional de Europa. El camino fué precioso. Los primeros kilómetros con un paisaje acojonante de árboles y rocas, parecía Canadá. Pero a medida que avanzábamos iba cambiando el entorno, poco a poco convirtiéndose en más montañas peladas y tundra. De vez en cuando había que pegar frenazos porque salían los renos y se metían en medio de la carretera. Y no se quitan, eh. Tienes que esperar a que los señoritos quieran terminar de irse para poder seguir.

Para llegar a Cabo Norte hay que pasar por un tunel muy largo, de más de siete kilómetros, y pagar un peaje. La salida del túnel fué espectacular por el paisaje y la niebla, parecía que estábamos en la Luna.

La ciudad más importante en las inmediaciones de Cabo Norte se llama Honningsvag. Allí nos detuvimos a comer y dar una vuelta. Habíamos reservado una cabaña a ocho kilómetros de Honningsvag (Cabo Norte queda a 25 kilómetros), y habíamos quedado con el tío a las cuatro en punto de la tarde. Como llegamos sobre la una aprovechamos para comer y ver un poco aquello. Vimos otros bar de hielo, llamado Ártico. Resulta que este bar es de unos catalanes, así que cuando estuvimos allí pudimos hablar español con ellos. El bar molaba, y la tía entraba cada poco tiempo a ponernos chupitos gratis (la entrada no era gratis, claro) y a tirarnos fotos. A la salida estuvimos hablando con ellos acerca de Cabo Norte. Nos dijeron que lo mejor era subir por la noche, porque en esas fechas aún se podía ver el Sol de Medianoche, siempre que se tuviera suerte con el tiempo, aunque no parecía el caso, ya que estaba muy nublado. Pero bueno, que probáramos, porque allí el tiempo cambiaba con mucha frecuencia. También nos dijeron que era un buen día para subir porque ese día no llegaban barcos con lo que no estaría tan concurrido como era habitual.

Después nos fuimos para la cabaña. El tío llegó un cuarto de hora antes de lo previsto (esto es Noruega), y nos llevó hasta la cabaña, una cosa de ensueño. Una cabaña al lado del mar, con un pequeño embarcadero en un sitio idílico. Toda de madera y sin luz eléctrica. La iluminación, la cocina, hasta la nevera, todo era por gas, no había electricidad. Estuvo toda la tarde lloviendo, así que nos quedamos la tarde en la cabaña. Cenamos pronto y a eso de las diez llegó el momento de hacer los 25 kilómetros que nos separaban de Cabo Norte.

Como tenemos tanta suerte, nos encontramos con una niebla impresionante. 25 kilómetros de cuesta arriba, con curvas continuas y una niebla espesa que no veías en diez metros. Daba miedo de verdad. Alcancé a un autocar que estaba subiendo y ya me quedé detrás suyo hasta el final. Tardaría un poco más, pero al menos iba seguro siguiendole.

Estar en Cabo Norte es una sensación inexplicable. Hay que estar allí y sentirlo. Es simplemente el lugar más al norte de Europa. 71º nosecueantos minutos y nosecuantos segundos. O sea, muy cerca del Polo Norte. No vimos el Sol de Medianoche desde allí, en realidad nos dijeron que casi nadie lo ve porque hay muy pocas noches despejadas como para ver bien el sol, incluso en pleno verano. Pero era igual, el paisaje era un espectáculo y la sensación de estar allí lo compensaba todo.

La bajada fué un poco mejor que la subida, había algo menos de niebla y llegamos a la cabaña sin novedad.

Al día siguiente íbamos a otra cabaña, esta vez en Karasjok, ya descendiendo hacia Finlandia, pero aún en Noruega. Karasjok es la capital de la Laponia Noruega y es donde se encuentra el Parlamento Sami. Como ya dije el otro día, los samis son los lapones, que son una etnia auténtica y viva, los habitantes de Laponia de toda la vida de Dios.

En Karasjok habíamos reservado una cabaña, pero a diferencia de la de Cabo Norte, no era una cabaña de pesacadores (en Karasjok no hay mar) sino de campo. Estas cabañas son de un tío (Sueco, de Malmö), que en su juventud fué campeón del mundo de carreras de trineos de perros. Ahora tiene montado un negocio con unas cabañas espectaculares hechas por él y un montón de perros huskies, con los que hace tours en trineo para turistas. Nosotros no hicimos ninguno porque no había nieve, pero al menos pudimos estar un rato con los perros (evocando a Huertas).

La cabaña era digna de verse, cada detalle estaba hecho a mano. La lámpara era de piedras con una bombilla dentro, la cama de madera (el armazón, claro, no el colchón), todo estaba hecho con piedra, madera y cuero, y todo hecho a mano por el tío. Artesanía pura, pero muy logrado y con todas las comodidades. Lo peor era que como es zona de lagos había mosquitos, pero bueno, nada insoportable. La recepcionista resultó ser mexicana, por lo que pudimos hablar español durante toda la estancia allí. Esto, así contado, parece que es algo que me gusta, pero no. En realidad a mi no me gusta encontrarme españoles por ahí, ni hablar español. Soy raro, ya lo se. Al fin y al cabo ¿que puede esperarse de un tio que va por ahí haciendo fotos a los platos de comida?

Este fué nuestro último día en Noruega, ya nos habíamos recorrido todo el norte de este pais fascinante. Os dejo ya con las afotos. Os recuerdo, por si alguien lo ignora, que pinchando en la foto se hace grande.






Este es el puente de Tromso. La ciudad está en una pequeña islita a la que se accede cruzando este puente.






No se ha caído el edificio, es que se ha construido así. Cosas de los noruegos... es el "Polaria", el zoo polar de Tromsö.






Guisado de reno con patata cocida, zanahora y salsa de arándanos. Muy rico.






Lo que hay detrás de mi no es un decorado. Es uno de los espectaculares paisajes del norte de Noruega, en las proximidades de Alta.






En la carretera te avisan de que pueden aparecer renos o alces.






Y aparecen, ya te digo. Los había a montones, y no se apartan, no temen a los coches.






Este plato de bacalao que cené en Alta ha quedado en la memoria de mi paladar para siempre.






Una cosa curiosa. A los escandinavos les encanta tomar algo en terrazas, aunque haga frío. Y los bares tienen cestos con mantas por si la gente tiene frío y se quiere abrigar con una manta mientras se toma una cerveza en la calle con la rasca...






Esta foto está sacada en Alta, en la costa, a las doce de la noche. Increíble, ¿no?






En el bar de hielo de Honningsvag, el "Ártico", regentado por españoles.






A ver si quedamos un día y nos tomamos aquí unas copas.






La dueña entró, nos puso unos chupitos y nos sacó una foto.






La cabaña de Cabo Norte, al lado del mar, toda de madera y sin electricidad.






La cama estaba allí arriba.






La nuestra era esa roja que está justo en el embarcadero. No me importaría vivir allí.






Medianoche en Cabo Norte. Entre el Polo Norte y yo solo había un poco de mar.






Estar allí es algo muy especial.






En Karasjok hay asentamientos samis. Es la capital de la Laponia noruega.






Esto es un restaurante típico lapón. Genuinamente sami. Lo que hay a la izquierda es un fogón de carbón. Comer aquí es toda una experiencia.






La cabaña de Karasjok. La cama parece de los Picapiedra pero era cómoda. Fijaos en la lámpara de la derecha, una soga, unas piedras y la bombilla dentro. La hamaca de cuero, la mesa de madera... y todo hecho por el dueño a mano.






La cocina de la cabaña.






La cabaña desde fuera.





En el próximo episodio: Finlandia, la tierra de Raikkonen, Paasalinna y Kaurismaki.

domingo, 23 de agosto de 2009

Bienvenidos al Norte

Contra lo que pueda parecer a priori, el hecho de que me suene el despertador a las cinco y media de la madrugada suele ser una buena noticia. Las tres o cuatro veces en mi vida que me he levantado a esas horas ha sido para irme de viaje (los madrugones en la mili para entrar de guardia no cuentan), y no tiene nada que ver madrugar para trabajar que hacerlo para irte de vacaciones.

A las seis y pico de la mañana el primer día de agosto (sábado por más señas) parece que Madrid entero duerme. La M-40 está prácticamene desierta y llegas al aeropuerto muy rápidamente. Pero de repente entras allí y resulta que está lleno de gente. Como si todo Madrid se dividiera en dos: los que están durmiendo y el resto, que está en el aeropuerto. Por suerte, con KLM facturamos online, por lo que ese trámite habitualmente largo y pesado se hizo muy llevadero y pronto estuvimos ya en la zona de embarque desayunando tranquilamente mientras esperabamos la hora del vuelo.

Madrid-Estocolmo, con escala en Amsterdam. Es un coñazo lo de hacer escala, pero si con ello te ahorras unos cien euros en el precio del vuelo, y encima la escala es de solo una hora de duración, compensa. Definitivamente, Amsterdam es el aeropuerto no español que más he visitado. Contando este viaje, he pasado por allí ya seis veces, aunque la mayoría ha sido para hacer escalas.

Todos los vuelos llegaron bien y a su hora. Por tanto, a las dos y media de la tarde estaba en Estocolmo. Una ciudad preciosa a la que llevaba muchísimo tiempo queriendo conocer. La capital de Suecia. Mi primer contacto con Escandinavia. Ya desde el avión me emocionaba viendo desde la ventanilla los verdes paisajes y los lagos de los alrededores de Estocolmo. Nada más llegar al Hotel, dejar las maletas en la habitación y bajar a dar una vuelta con ansia, pues al día siguiente nos íbamos y tenía ganas de ver un poco la ciudad, aunque sabía que al final del viaje tendría cuatro días para conocerla a fondo.

Un paseo por Gamla Stan (la parte más antigua, totalmente medieval) absolutamente encantador y a eso de las seis y pico de la tarde el madrugón, el cansancio del viaje y el largo paseo me pasaron factura. Así que a eso de las siete nos metimos a un sitio a cenar. Creo que nunca en mi vida había cenado tan pronto.

Al día siguiente tomamos otro avión. Estocolmo-Kiruna, un viaje de hora y media en el que cruzamos toda Suecia, de Sur a Norte. Kiruna me gustó mucho y no se porqué, ya que no tiene nada especial objetivamente hablando, pero tiene un encanto que no se describir. La vista desde la habitación del hotel era impresionante, con el lago y esa luz tan especial que tienen los atardeceres árticos en verano.

En Kiruna empezabamos el viaje en coche. Allí tenía que recoger el coche con el que recorrería todo el norte escandinavo, y allí también tenía que devolverlo once días después. Nos levantamos y a las nuevo de la mañana me fuí a la oficina de Hertz, que estaba pegada al Hotel. Pero la oficina no era tal, sino que llamabas al timbre y una voz te contestaba, y tenías que hablar con él así por el telefonillo. Dije que veía a recoger un coche que había reservado y bajó una chica. Me entregó las llaves del coche, pero no eran llaves sino una tarjera que había que introducir para el contacto y con la que también se abrían las puertas. El coche era un Renault Scenic, estaba bien.

Las pasé putas para ponerme en marcha. Todo en el coche me era desconocido y no entendía nada. Cuando me enteré por fin de como arrancar con esa tarjeta, no conseguía meter la marcha atrás. Probaba apretando la palanca y nada, subiendola y nada. Un cuarto de hora intentando en vano meter la marcha atrás. Incluso me puse a leer el libro ese con las instrucciones del coche (en sueco, claro), pero no me enteré. Finalmente decidí salir y pasar la vergüenza de ir de nuevo a la oficina a preguntar eso. Le dije al del telefonillo que bajase alguien, que tenía un problema, y me dijeron que vale, que ahora bajaban. Me senté a esperar dentro del coche y entonces descubrí que levantando una arandelilla que había debajo de la empuñadura del cambio de marchas, entraba la marcha atrás. Así que una vez conseguido, me largué sin esperar que llegase nadie.

De Kiruna a las Islas Lofoten, que era nuestro primer trayecto, hay algo menos de 500 kilómetros, pero son casi ocho horas de viaje. En esas carreteras no se puede ir a más de 90, allí las multas son severas y te multan con ir a 91, no como aquí que puedes pasarte 30 kms. y no pasa nada. Además, 90 es muy optimista. Hay grandes tramos en que se limita a 70, y luego cada vez que llegas a un pueblo te tienes que poner a 50. Y se pasa por muchos pueblos. Total, que ocho horas de viaje, paradas aparte.

Cuando llevamos dos horas de viaje decido parar. Aunque tenía gasolina de sobra, pero paré para comprar agua (hacía calor, 25º, no era esto lo que yo esperaba a esas alturas del hemisferio). Así que paré en una gasolinera para entrar en la tienda, y al ir a poner el freno de mano descubro horrorizado que no está. Otra vez un cuarto de hora buscando el freno de mano, leyendo el libro... hasta que por fín lo descubrí de casualidad. Una especie de palanca que había a la izquierda, al lado del volante, esa mierda era el freno de mano.

En fin, el viaje fué largo pero muy bonito. Espectacular paisaje. Las Islas Lofoten son una maravilla. Islotes muy montañosos, muy verdes, con el mar ahí. Un paraíso. En otro pais sería utópico poder recorrerlas en coche, pero estamos en Noruega, y allí han unido todas las islas por carretera mediante puentes acojonantes y túneles asombrosos, algunos de ellos pasan por debajo del agua, no me pregunteis como, pero así es.

Al final, a eso de las siete de la tarde llegamos al destino. Habíamos reservado una rorbu (cabaña de pescadores noruega, acondicionada para el turismo) en Hamnoy. El lugar era una maravilla, y la cabaña nos gustó muchísimo. Muy típica y rústica, pero con todo lo necesario, cocina, ducha, dormitorio, salón, y todo de madera. Muy bonito.

Allí estuvimos tres días instalados. Bueno, el dia que llegamos y dos más. En ese tiempo recorrimos las islas y no paramos de asombrarnos. Vimos playas increíbles, como la de Ramberg (parecía una playa del Caribe en pleno Ártico), pueblos preciosos, de cuento, como Reine y A. Si, hay un pueblo muy curioso, por bonito, por ser el último de las islas, y por su nombre. Se llama A. Supongo que será la población mundial con el nombre más corto.

El último día fuimos a Svolvaer, la capital de las Lofoten, y allí hicimos un crucero para visitar el Trollfjord (el Fiordo del Troll). Es un fiordo impresionante, muy estrecho. El viaje hasta allí fué muy agradable, tenían un bar en el barco en el que había barra libre de café, nos permitieron pescar (bueno, intentarlo, porque no cogimos nada...), y nos aseguraron que veríamos águilas. Y fué verdad, vimos un par de ellas. Luego, uno de los del barco se puso a dar de comer a las gaviotas, que bajaban a comer de su mano. En fin, una buena experiencia.

Cerramos el día y nuestra estancia en las Lofoten visitando un bar de hielo. El primero de los tres a los que entraría en estas vacaciones. Era un bar lleno de estatuas de hielo, muy bien hechas. Tomamos una copa rápida y salimos de allí, que hacía un frío del copón, pese a que te dan una especie de poncho térmico, pero es igual, tienes frío.

Bueno, os dejo con unas afotos, que siempre valen más las imágenes que las palabras.







Este puente separa la Noruega continental de las Islas Lofoten.





Nuestra cabaña.






Una detalle de la cabaña por dentro.






¿Conoceis un pueblo con un nombre más corto?






En A, en lugar de haber un buzón en cada casa, hay un panel con los buzones de todo el pueblo. Y los buzones están personalizados, cada vecino pone sus nombres con pintura y la mayoría ha hecho algún dibujo. Curioso.






Turismo gastronómico. En Reine me metí este exquisito plato: solomillo de ballena. Muy recomendable si pasais por allí. Restaurante Gummarbua.






¿Haití? ¿Seychelles? No, es la playa de Ramberg, en pleno Océano Glaciar Ártico.






Con la cabaña teníamos barca de remos gratis. Y como después de poner el año pasado fotos mías en kimono ya no me da vergüenza nada, he aquí mi brillante estilo como remero.






Las típicas casas de las Islas Lofoten. Muchas de ellas con hierba en el tejado.






Cuando se hace de noche es precioso, porque no llega a ser nunca noche cerrada. El famoso sol de medianoche es toda una experiencia. La luz y la naturaleza forman un espectáculo idílico. La foto no hace justicia, hay que estar ahí.






Impresionante lo rico que estaba este plato de Bacalao. Y, curiosamente, el restaurante en que lo comí se llamaba así: "Bacalao".






Es cierto, vimos águilas.






Un señor noruego dando de comer a una gaviota en pleno crucero.






En el puerto de Svolvaer venden el pescado según llegan de pescarlo. Más fresco imposible.






En el bar de hielo de Svolvaer hay estatuas de hielo como esta.






Tomando un chupito. Pelado de frío.





En el próximo episodio:
- Tromso, cerveza y fútbol.
- Cabo Norte, llegué más al norte que nadie.
- Karasjok, la capital de los sami (lapones autóctonos)
- Y muchas afotos, unas bonitas y otras en las que hago el ridículo.