domingo, 27 de septiembre de 2009

La exigencia del buen fútbol (John Carlin)

Por cambiar la entrada del blog y porque estoy muy vago para escribir, voy a transcribir un artículo que he leído de John Carlin, un escritor y periodista británico muy futbolero, que explica muy bien algunas cosas de las que hablamos el viernes en la cena. Por cierto, la cena del viernes ha sido una de las mejores que hemos hecho desde que empezamos con la costumbre de las cenas. Y lo digo por todo, porque fuimos muchos, por lo bien que lo pasamos y por el nivel del local y de la cena, qué barbaridad....

En fin, que John Carlin ha escrito:


LA EXIGENCIA DEL BUEN FÚTBOL


En Mayo de 1997 viví una inmersión total en Can Barça, entidad desconocida para mí hasta aquel momento. Vivía en Washington, donde trabajaba para el diario The Independent de Londres, y los jefes del diario tuvieron la genial idea de enviarme a Barcelona para hacer un reportaje sobre Bobby Robson, entonces entrenador del primer equipo de fútbol. Este fue, con diferencia, el trabajo más interesante que hice durante los casi cuatro años que estuve de corresponsal en los Estados Unidos. No es broma. Aprendí tres cosas, en orden ascendente de importancia. Una, que Robson, pese al trato despectivo que sufrió por buena parte de la prensa y de la afición culé, era un gran tipo. Dos, como de profunda e intensa era la rivalidad Barça-Real Madrid, equipos que se enfrentaron en el Camp Nou al final de la semana que pasé en Barcelona (ganó el Barça con gol de Ronaldo). Tres, la exigencia de la afición barcelonista por su buen gusto por el fútbol, independientemente del resultado.

Doce años después, once de los cuales he estado viviendo en Barcelona, es el tercer fenómeno el que me parece más fascinante, lo que define al club y lo distingue de todos los otros.

Especialmente si lo comparamos con el fútbol inglés, que antes de mi aprendizaje relámpago en aquel mayo del 1997, había sido mi principal referencia deportiva. Fui aficionado durante mi infancia, mi adolescencia y gran parte de mi vida adulta del Manchester United, el equipo que por tradición jugaba el fútbol más exuberante de las islas. Pero, aun así, lo que realmente nos importaba a los que viajábamos por toda Inglaterra siguiendo al equipo era ganar, fuese como fuese. No recuerdo nunca una conversación después de una victoria en la que los aficionados nos quejásemos de la pobreza del espectáculo que nos había brindado nuestro equipo. Una victoria reñida, tacaña, 1 a 0 contra el Birmingham City o el West Bromwich Albion o el Southampton (y qué decir si el rival era el Liverpool o el Manchester City) siempre era motivo de gozo. Esta era la cultura de los años setenta, y ésta sigue siendo la cultura de hoy. Está claro, si el equipo juega bien, si el balón fluye, mejor. Pero la calidad del juego no ocupaba el primer lugar (ni el segundo, ni el tercero) en nuestra lista de prioridades.

Entonces, llego a Barcelona, conozco a Robson y me dice, con comprensible sorpresa: “No te lo creerás, John. Aquí ganamos y hacemos goles por un tubo pero no paran de criticarme. Hicimos seis contra el Rayo Vallecano el otro dia y el Camp Nou nos silbaba porque consideraban que el fútbol no estaba a la altura. No lo entiendo, te lo prometo...”. En Inglaterra esta actitud aún no la entienden.

A mi, al principio, también me costó. Me costó creer que el Barça echara a Robson después de un año en el que se batió el récord de goles marcados en una temporada y se perdió la Liga ante el Madrid de Capello por los pelos. Como también, una vez instalado en Barcelona en 1998, me siguió costando. Con Louis Van Gaal de entrenador, el Barça ganó ligas, llegó lejos en la Champions y jugó un fútbol nada desagradable. Le ofreces eso a un aficionado del Manchester o del Liverpool y te lo compra encantado. Esta desesperación del barcelonismo por ganar incluso más y jugar incluso mejor me daba la impresión de que rozaba la locura.

Pero poco a poco fui cogiendo la idea, fui anatomizando los factores que definían esta cultura futbolistica inicialmente tan ajena a mi. Por un lado existía la hegemonía del Barça y el Madrid en el fútbol español, la expectativa de ambos al principio de cada temporada de que iban a ganar la Liga. Durante casi 20 años, en mis tiempos de aficionado del Manchester, el equipo no ganó el campeonato inglés, y durante una temporada estuvo en segunda. En cambio, tal es la presunción de triunfo liguero en el Barcelona que la afición se puede permitir el lujo de exigir arte. Pero tal vez lo más importante de todo es el recuerdo en la memoria colectiva culé del Dream Team de Cruyff. El listón lo puso muy alto aquel equipo, pero aquí se quedó. Con lo cual, todo cuanto esté por debajo de aquel ideal platónico, por más títulos que se ganen, no acaba de satisfacer el hambre culé.









Habrá otras explicaciones, estudiosos del fenómeno tendrán mucho más que decir al respecto. La única cosa que puedo afirmar con seguridad es que soy un converso. He abandonado la filosofía resultadista con la que me crié por el amor al arte en el fútbol. Once años en Barcelona han dejado su rastro. Pensaba que el Manchester sería la pasión más constante de mi vida, pero no ha resultado así. Por diversos motivos ya no me importa lo que le pasa al Manchester. Es más, en la final de la Champions, la última en Roma, no tenía dudas. Yo, y mi hijo de nueve años (otro factor importante en mi conversión) íbamos con el Barça.

Si me encantó el Barça de Ronaldinho y Rijkaard, el de la temporada pasada de Guardiola me enamoró. Nunca he visto un equipo que me haya dado más alegría durante toda una temporada, partido tras partido, infaliblemente, que el que acaba de ganar el triplete. Viéndolos jugar por fin entendí lo que Bobby Robson no entendió y yo no pude entender hace 12 años: que es preciso aspirar a lo mejor, que es preciso soñar, que en fútbol, como en todo, es preciso tener máxima ambición: es preciso llevar el cielo a la tierra.

Y eso es lo que consiguió en el campo el Barça la temporada pasada. El mejor fútbol que he visto en más de medio siglo de vida. Uno se fija, por supuesto, en la calidad de su fútbol ofensivo. En el anchísimo repertorio goleador, en el ritmo musical del centro del campo hacia arriba, en la posesión perpetua, en la insistencia siempre de acariciar el balón, no picarlo. Pero el brillo del equipo no sólo se vio en el ataque, sino también en la combinación de garra y organización que conseguía siempre una recuperación rapidísima del balón. La presión del equipo era constante tanto en ataque como en defensa. En los dos casos, todos cumplían su papel. Messi, Eto'o, Xavi e Iniesta creaban pánico constante en las defensas rivales, pero cuando el otro equipo tenía el balón se convertían momentáneamente en animales de presa, en Gattusos o Makeleles o Roy Keanes. Y, de la misma manera pero al revés, cuando Touré o Piqué o Puyol no estaban defendiendo, hacían uso inteligente, culto del balón. Y qué decir de Dani Alves, está claro: el máximo exponente del concepto “dos jugadores en uno”.









El único equipo que le plantó un reto serio al Barça en toda la temporada fue el Chelsea. Y eso fue porque el equipo londinense tuvo la inteligencia de reconocer que el Barça era mucho mejor equipo y que solo había una manera de ganarles, y eso era jugando tenazmente a la defensiva y esperando que en un contragolpe se consiguiera un gol. O sea, el Chelsea, grande y rico equipo inglés, jugó estos dos partidos de semifinal de la Champions como jugaría Noruega contra Brasil. Un hecho que representó un enorme halago y la prueba definitiva de la grandeza de dicho Barcelona.

Grande pero también humilde. El Barça es un equipo de profesionales, de trabajadores honrados que lo dan todo por el equipo sobre el campo y fuera de él no buscan la celebridad. Leo Messi es el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo. Es, según todos sus compañeros, el mejor del equipo. Y, según cualquier persona que entienda de fútbol (como por ejemplo, Alfredo Di Stéfano), el mejor del mundo y uno de los grandes de todos los tiempos. Cuando no juega, no busca el estrellato. Mas bien todo lo contrario. Cuando está en el terreno de juego, hace cosas que nadie más ha podido hacer, tanto a nivel individual como colectivo. Y en ello radica su grandeza. Hace más goles que nadie pero es, antes que nada, un jugador de equipo. En la final de la Champions, en la que todo el mundo sabía que se disputaba el Balón de Oro con Cristiano Ronaldo, Cristiano jugó para sí mismo (durante diez minutos) y Messi subordinó su talento al bien colectivo. No se pasó el partido intentando driblings mágicos o goles apoteósicos. Jugó como uno más, demostrando con hechos lo que siempre predica, que el fútbol no es un deporte en el que prevalece la gloria individual. Y, además, es canterano. Como lo fueron siete de los once que jugaron esa final. A ver quien sale en la temporada que acaba de arrancar. A ver si se repiten las glorias de la pasada temporada. Parece imposible Aquello fue casi demasiado sublime. Pero se puede soñar.




domingo, 13 de septiembre de 2009

Estocolmo, y se acabó el viaje.

No se porqué siempre me había imaginado Estocolmo como una ciudad oscura, triste, seria. Como me imagino ahora a Helsinki (que no la conozco). Pero nada que ver con esa percepción. Estocolmo es una ciudad llena de vida, luminosa, divertida, acogedora y sobre todo bella. Formada por catorce islas unidas entre sí mediante puentes o ferries, Estocolmo conjuga perfectamente el pasado y el presente, siendo a un tiempo un ciudad que rebosa historia pero también un ejemplo de modernidad y buen funcionamiento.

La zona centro de Estocolmo, el "Gamla Stam", está abarrotada de turistas. Es una zona muy antigua, medieval, con un montón de callejuelas estrechas tipo Toledo. Ahí se encuentran además un montón de museos, tiendas y bares. Los bares de Estocolmo en verano siempre tienen terraza, y siempre están llenos o casi. Cuando yo estuve, no habria más de 15º, y sin embargo todo el mundo se iba a las terrazas a beber.

En los alrededores de la estación central hay muchísimo ambiente. Los fines de semana se pone todo hasta arriba de gente joven, mucha tribu urbana pero cero violencia, y unas chavalitas que solo con mirarlas ya hacen que te sientas feliz al comprobar que queda muy lejos el día que necesites tomar viagra. Porque las nórdicas son muy guapas y están muy buenas, pero no suelen arreglarse mucho. Pero en Estocolmo, cuando salen de fiesta, se arreglan. Y si ya sin arreglar está buenas, arregladas perdonarías a cualquier violador.

El transporte público es cojonudo, cómodo, rápido y fiable. Pero caro, bastante caro. Así que conviene sacarse la Estockholm card, con la que puedes viajar tres días en cualquier medio de transporte, incluídos los barcos, así como entrar gratis a todos los museos.

Estuve en el Museo de Astrid Lundgren, que era una escritora de cuentos infantiles muy famosa en Suecia, autora entre otros del personaje de Pippi Langstrum. Estaba curioso. Me gustó mucho el Museo Nobel, me tiré allí casi una mañana entera enterándome de todo lo relacionado con Alfred Nobel y todos los premios que se han concedido a lo largo de la historia.

Pero los museos que más me gustaron fueron el Skansen y el Vasamuseet. El Skansen es un museo muy original, no se si habrá algo igual en otras partes del mundo. Es un gran museo al aire libre en el que se recrea la vida sueca desde el siglo pasado hasta ahora. Han construido casas recreando pueblos del siglo pasado, en el que no falta detalle, incluso tiene sus propios habitantes vestidos de la época. Por ejemplo hay una casa que pone "Panadería" (en sueco, claro), y tu entras y te encuentras una panadería antigua, con el horno y todas las herramientas antiguas, y a las panaderas vestidas también como en la época. Y por supuesto puedes comprar pan, bollos o cualquier oosa de las que venden en las panaderías. Sería muy largo contar todo lo que hay allí en el Skansen, pero os juro que es toda una experiencia. Además hay un zoo con animales árticos (renos, focas, osos, alces, etc.). El Skansen se encuentra en la isla de Djurgarden, donde hay muchas cosas que ver. Aparte de este museo, hay un parque de atracciones, el Vasamuseet y un montón de cosas más. Visita obligada Djurgarden.

El Vasamuseet es el museo del Vasa. Esto del Vasa es alucinante. Resulta que había un rey en Suecia llamado Gustavo II, que tenía unos delirios de grandeza típicos de muchos reyes de la historia. Estamos en el año 1628 y Suecia estaba en guerra con Dinamarca. Entonces este rey mandó construir un barco de guerra que fuera mortífero y al mismo tiempo rimbombante. Quería que tuviera dos pisos de cañones en lugar de uno, y que fuese el barco de guerra más grande que surcara los mares.

El caso es que construyeron un armatoste que te cagas, todo lleno de cañones y muy alto. Cuando ya estaba construido los ingenieros dijeron que el barco era muy inestable porque tenía el centro de gravedad muy alto y había mucho peso en los costdos porque los 64 cañones pesaban un montón. Pero el Rey ya había organizado la botadura oficial, y había invitado a las familias reales europeas para presumir de su barco. Y a ver quien era el guapo que le decía al Rey que el barco era mejor que no saliera.

Así que en agosto de 1628 se produjo la botadura del barco. Ante el rey y todos sus invitados el Vasa zarpó del puerto de Estocolmo, y nada más salir el capitán mandó sacar los 64 cañones par lanzar salvas en honor de los invitados. En ese momento, una pequeña ráfaga de viento hizo que el barco se ladease, y como la fila inferior de cañones estaba abierta, empezó a entrar agua por allí. A los diez minutos de zarpar, el Vasa se hundió irremisiblemente en el mar.

Y allí se quedó durante trescietos años. Hasta que en 1961, un científico que estaba probando no se qué cosas en el puerto, encontró el barco. Lo más sorprendente es que se encontraba en magnífico estado, prácticamente el barco se recuperó íntegramente, solo un diez por ciento ha sido reconstruido, el resto es tal cual era en el siglo diecisiete.

En el museo Vasa, además de ver el barco, se exponen los instrumentos y cacharros de la época que iban en el barco: platos, jarras, ropas, etc. Proyectan una película sobre la recuperación del barco, esta película la ponen en varios idiomas, cada hora en un idioma. Cuando llegamos al museo vimos que la película en español tardaba seis hors en empezar, pero como la primera que nos pillaba era en inglés, entramos a verla. Fue muy interesante. Además, en este museo hay visita guiada en español, una por la mañana y otra por la tarde, y ésta sí que la pillamos. Y esto sí que mola, porque no es lo mismo ver el barco así sin más que ir con una tia que te va contando toda la historia y hace que te fijes en detalles que, si no te lo dicen, te pasan totalmente inadvertidos.

Voy a ir terminando. Me dejo un montón de cosas sobre Estocolmo, pero bueno, tampoco creo que importe tanto. Si yo empiezo a estar cansado del viaje, supongo que vosotros mucho más. Solo añadir que, efectivamente, en Estocolmo también estuve en un bar de hielo: el Absolut Ice Bar. Absolut, para quien no lo sepa, es el vodka sueco más importante, y el bar de hielo, al contrario que los otros en los que había estado, se puso lleno de gente, y había música, o sea como si fuera un bar normal y corriente, pero de hielo.

A ver cuando puedo volver por estas tierras. Os dejo con las últimas afotos.






El Vasa, un barco con una historia alucinante.






Estocolmo desde un ferry.






En uno de los puentes que unen las islas hay una corona real.







El metro de Estocolmo.







Tomando un lingotazo en el Absolut Ice Bar.






Había tías, pero como ibamos vestidos así, no se sabía si estaban buenas.







El Museo Nobel







El Palacio Real. Si, muy modernos pero también tienen reyes.







El KGB. Un bar curiosísimo, con todos los camareros y camareras vestidos de soldados rusos. Con música en directo y un ambientazo cojonudo. Un lugar genial para ir de copas.







Drotnigattan, la calle de tiendas más concurrida de Estocolmo, aunque la foto está tomada cuando ya estaban cerradas.






Estocolmo desde la terraza del restaurante Gondolen.







Cartel anunciando un concierto de Fleetwood Mac para octubre. Y aquí nada...

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Día mundial de The Beatles

Me permito interrumpir la serie de espléndidos relatos vacacionales, por haber sido declarada la fecha de hoy, 09-09-09, como el "Día internacional de The Beatles", en un vano intento planetario por imitar las famosas fiestas que organizábamos anualmente en los aniversarios del asesinato de John Lennon, en las improvisadas caverns del barrio.

Dejo documento audiovisual como aportación al día.

En la presentación, Lennon dice algo así como: "Para nuestra última canción, quisiera pedir su ayuda: las personas que estén en el gallinero que aplaudan y el resto... que haga ruido con sus joyas".


jueves, 3 de septiembre de 2009

Finlandia, el pais de los mil lagos.

Salir de Noruega y entrar en Finlandia tuvo un sabor agridulce. Noruega me había gustado muchísimo pero (y con esto contesto una pregunta de Felipe) después de estar ocho dias en Noruega el bolsillo estaba ya tiritando. Los precios en Noruega son estratosféricos. Noruega haría las delicias de Florentino Pérez porque te venden cualquier cosa a precio de oro. Para que os hagais una idea, una cerveza y una coca cola en un bar: 14 euros. La suerte que tuvimos fué que muchos alojamientos eran cabañas y en las cabañas teníamos cocina, por lo que podíamos desayunar y hacer comidas y cenas en las cabañas. No hacíamos todas, pero al menos una al día (generalmente la cena) sí que la hacíamos así, para evitar la clavada del restaurante.

El litro de gasolina estaba a 1,8 euros. Así que cada vez que me tocaba poner gasolina, la cartera se ponía a llorar. El día que viajamos de Noruega a Finlandia tenía muy poca gasolina pero quise llegar hasta Finlandia y echar allí a precio normal. Finalmente no pude, me dió miedo a quedarme tirado y tuve que parar a poner un poco de gasolina noruega hasta que ya entré en Finlandia y llené el depósito.

El paisaje finlandés es espectacular. Es como yo creo que debe ser Canadá. Carreteras con rectas interminables y a ambos lados de ella inmensos bosques de coníferas y majestuosos lagos. Nuestro destino era una especie de hotel pero en realidad era un complejo de cabañas e igloos, ubicado en las afueras de la ciudad de Saariselka, a pocos kilómetros del lago Inari.

La cabaña que tuvimos aquí fué cojonuda. Una cabaña de madera pero más grande que la de Karasjok, con dos dormitorios, cocina equipada y todas las comodidades dentro de un ambiente rústico acojonante. El dormitorio era muy grande y tenía entre otras cosas una mecedora y una chimenea, que en invierno debe ser la leche estar ahí. Además tenía una sauna junto a la ducha, una sauna privada, que por supuesto probé. Me vino bien porque andaba yo un poco griposo, y ponerme a 70º a sudar como Camacho eliminando toxinas me benefició, pero vamos, normalmente me parecería un poco chorrada ponerse ahí dentro a sudar así por las buenas, pero a los finlandeses les encanta la sauna, que por lo visto es una cosa terriblemente beneficiosa para la salud.

Al dia siguiente íbamos a Rovaniemi. Rovaniemi tiene dos cosas que la hacen especial: 1.- es la capital de la Laponia finlandesa y por allí pasa la linea del círculo polar ártico. Y 2.- es la ciudad de Santa Claus.

Era obligatorio ir a ver a Santa Claus y allí nos fuimos. Santa Claus está mayor, pero muy lúcido. Habla un poco de español, y cuando supo que eramos de aquí habló un rato con nosotros en español. Para los desconfiados, aclaro que no era el típico tio vestido de Santa Claus, no, era el auténtico. Lo se porque estuvimos en su casa, vimos sus renos, los sacos de cartas que recibe cada día, los elfos que le ayudan, y sobre todo porque me fijé por detrás de su barba y tenía ninguna goma sujetándola, o sea que era de verdad, era él.

También nos gustó mucho el Museo Artikum, un museo sobre el ártico con muchas cosas interactivas muy curiosas. No es el típico museo aburrido, aquí puedes pasar tres horas y no se te hace largo porque aprendes cosas, te diviertes y está todo muy documentado y accesible. Además es muy bonito todo el edificio.

En Rovaniemi comimos un día en un restaurante en el que el camarero que nos atendió era español. Es curioso encontrarte un camarero español estando en un lugar tan lejano. El caso es que nada más verle ya pensé que era español. Es increíble como nos reconocemos entre nosotros nada más vernos.

En Rovaniemi estuvimos dos días, por lo que fué un gran descanso después de tantos días de viajes constantes, un día sin coger el coche fué todo un placer. Por cierto, los dos dias lloviendo. Grandes bebedores de vodka los finlandeses.

Vamos a ver ya unas pocas de fotos.





Llegamos a Finlandia, por fin zona euro. Alegría para los bolsillos.






La cabaña de Saariselka, en pleno bosque.






El dormitorio. A la izquierda la mecedora y la chimenea. En la puerta del fondo, la sauna.






Los iglús de cristal. En invierno hay iglús de hielo y el resto de año tienen los de cristal. Por lo visto dormir ahí en invierno es precioso, porque puedes ver auroras boreales tumbado en la cama. Y según dicen se está calentito, porque dentro de los iglús solo hace cinco grados bajo cero, mientras que afuera están a treinta.






Para distinguir cual es el WC de chicos del de chicas aquí no se andan con sutilezas.






Tengo un cuello bastante largo, eh?






En la puerta del iglú.






Este es el MacDonalds más al septentrional de Europa. Por lo menos eso dicen ellos. Y debe ser verdad, porque no vi ningún otro en el norte de Noruega (lo que prueba que los escandinavos son raza superior).






La mitad de mí estaba dentro del círculo polar ártico.






En la aldea de Santa Claus.






Seamos serios, lo de Santa Claus es un sacacuartos que te cagas. Menudo montaje tienen...






Henos aquí con el señor Claus. Me prometió que vendría en navidades a traerme algo.






Me dejó hacerme una foto en su mesa, en la que lee las cartas que recibe. Un detalle.







Un clásico de mis viajes. Dejando constancia de la presencia del Congosto en el libro de firmas de Papá Noel.





Presenciamos el proceso de ahumar el salmón.






Hay un grupo musical de heavy en Finlandia que parten con todo. Se llaman Lordi y son de Rovaniemi. Y ahí tienen un Restaurante (ellos lo llaman Rockstaurante), que por dentro parece la casa del terror.





La semana que viene, el último episodio del viaje: Suecia (Abba, Pippi Langstrum, Ibrahimovic, Alfred Nobel y Bergman, entre otros)